Por Josmar Fernández
@josmarfernandez
En los últimos tiempos, el tema del Esequibo adquirió mayor presencia en el discurso histórico y político de la oposición y el gobierno, además de convertirse en el derrotero de grupos activistas dedicados al asunto.
Alrededor de esta controversia encontramos
desde posturas sosegadas hasta el discurso incendiario y vehemente. Sin
embargo, lo más preocupante es el desconocimiento y la continua contradicción
como factores determinantes de la indiferencia con la cual los venezolanos
manejamos tan delicado particular.
Pese a tantos esfuerzos hechos, en la
dirección correcta o no, Venezuela ha sido escasamente eficiente al informar
con claridad y realismo al ciudadano de a pie. Puede ser una de las razones
primordiales del impedimento para esperar adhesiones ciegas a la reclamación territorial
del espacio geográfico que, guste o no, nos despojaron hace 121 años dejándolo
bajo la administración del otro actor en el conflicto limítrofe.
Conviene dejar de suponer que nuestro
encuadre hay que fundamentarlo en el “discurso bonito”; cuando la propensión
aconsejable es ubicar a los venezolanos en la realidad imperante a partir de
los efectos prácticos del Laudo Arbitral de 1899, que nos despojó del
territorio Esequibo, y cuya reclamación fue presentada formalmente ante la ONU
en 1962. Hasta el presente, el resultado de nuestras gestiones no trasciende de
conversaciones como las que condujeron en 1966 a la firma del Acuerdo de
Ginebra, considerado por algunos la hoja de ruta para lograr la solución
“práctica y satisfactoria para ambas partes”.
La cuestión es que no se le dice al
venezolano que, por las razones que sean, tras 54 años del Acuerdo de Ginebra,
ha sido imposible concretar la solución conteste a sus parámetros, ya que está
supeditado al interés nacional de dos Estados, cuyo propósito, de acuerdo con
las respectivas constituciones, es garantizar la “integridad territorial”.
Hay que afrontar nuestra realidad ante los
futuros acontecimientos respecto a la reclamación, teniendo en cuenta que ahora
estamos ante una Guyana evidentemente fortalecida gracias a los grandes y
prometedores yacimientos de petróleo presentes en la proyección marítima del
Esequibo –área pendiente por delimitar-, apoyada de manera irrestricta, además,
por los países del Caricom, las transnacionales favorecidas por la adjudicación
de yacimientos y los Estados que éstas representan.
Bien lo decía en el 2016 el Almirante
Elías Daniels, malamente juzgado por una circunstancia que poco tenía que ver
con su desempeño, por casi veinte años, dentro del Escritorio Especial de
Guyana: “El Gobierno Nacional, valiéndose de la Educación, controló el
desarrollo y la conciencia de los venezolanos hacia una interpretación de la
Reclamación Territorial…”, frase tremendamente reveladora, en plena
vigencia y aplicable en cualquier período gubernamental de Venezuela, luego del
nulo e írrito Laudo Arbitral.
Necesario es ubicarnos en contexto.
Invitar al pensamiento crítico, al fortalecimiento de la historia y la
geografía como ejes transversales en la educación venezolana. Serían maneras de
facilitarle al venezolano el entendimiento de su realidad geohistórica
partiendo de la premisa que no se puede querer lo desconocido, como tampoco
pretender defender bien aquello que no se conoce. Después de todo, el sentido
de pertenencia se construye. No se obliga.
Caracas,
25 de abril de 2020.
josmarfernandez@gmail.com
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